Era una mañana como otra cualquiera cuando sonó el despertador y Elena se levanto de un brinco y fue derecha a la ducha, cuando salió se envolvió en su albornoz y frente al espejo se dispuso a secarse el pelo. Mientras se secaba el cabello de quedo mirando su reflejo en el espejo como siempre, pero hoy noto algo distinto porque en esa otra yo que estaba frente a ella había algo diferente ese día, en el reflejo de sus ojos vio algo que hacia tiempo que no veía y que no supo reconocer lo que era. Pasados diez minutos, una vez acabo de secarse el pelo, Elena salió del baño y fue a vestirse y a desayunar para irse a trabajar.
Ese día discurrió como otro cualquiera con la rutina de todos los días, pero Elena no podía evitar sentirse inquieta porque no lograba olvidar esa sensación que había tenido esa mañana al mirarse al espejo, no sabía que le pasaba pero estaba nerviosa y no lograba tranquilizarse.
Esa misma tarde, a punto de acabar su jornada, de pronto, su teléfono móvil emitió ese sonido tan habitual que indicaba que le llegaba un mensaje, con algo de cansancio Elena miro el móvil y se sorprendió al leer: “¿Te apetece quedar a tomar algo?”, de pronto esa sensación que la había acompañado todo el día se intensificó dentro de ella y con dedos temblorosos logró contestar un escueto “si, nos vemos donde siempre en media hora”.
Sin perder un minuto Elena cogió sus cosas y con paso decidido salió a la calle para dirigirse al lugar donde había quedado, y de pronto fue consciente de lo que significaba ese pequeño reflejo en sus ojos que había visto esa mañana en el espejo y que la había echo sentirse extrañamente ansiosa todo el día: era la esperanza, esa esperanza vana de que algo que creíamos que ya no tenía solución alguna se arregle por arte de magia o por influencia del destino, pero que a la vez somos conscientes de que es algo improbable que ocurra.